A
MI MAESTRO
Maestro
de mi infancia, hombre honorable,
Duro y
tierno a la vez,
Donde
quiera que vayas,
Vivo yo
tu vejez.
Una
pared blanca,
Una tiza
quebrada,
Un
puntero en la mesa,
Una
negra pizarra.
En la
mesa callado el puntero seguía.
Jamás,
jamás lo usaste:
Fue tu
palabra, tu gesto, tu mirada.
Fue tu
talento y tu ternura.
Fue tu
trabajo de una y otra hora.
Han
pasado los años, mas
El
tiempo no ha pasado,
Para el
amor sentido
De un
alumno olvidado.
Cuando
retorno al pueblo
Y te veo
sentado
Allá en
tu mecedora,
Con las
manos rugosas y temblonas,
¡Tan
firmes! ¡Tan seguras!
Entonces,
en mi aurora,
De amor
y sentimiento,
Mi alma
se desborda.
Mas tú
ves impasible pasar,
Pasar el
tiempo.
Tú esto
ya lo sabías,
Ya lo esperabas:
Recuerdo:
nos hablabas entonces,
De la
vejez, la dignidad del viejo,
La
muerte y la esperanza.
Cuando
paso a tu vera,
Te
saludo, sonrío y callo.
Mas por
dentro quisiera
¡Decirte
tantas cosas!
No te
olvido, maestro, no te olvido;
En la
escena infantil de mi memoria
Permanece
imborrable una sonrisa,
Un gesto
amable en una tarde aciaga,
Una mano
en el hombro, un ¡Adelante!
Una
tarde de otoño, tal vez,
Cuando
vuelva de nuevo
Yo a
esta tierra,
Cuando
pase callado por tu puerta
Veré la
mecedora ya vacía,
Mis ojos
por tu ausencia, tal vez,
Derramen
lágrimas.
Mas
marcharé sereno,
Pues
sabré que te has ido,
Mi amado y buen maestro,
Con dignidad al cielo.
FRUCTUOSO GARCÍA
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